LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA


@chahuan @patriciowalker @earisteguieta @Mingo_1 LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA Antonio Sánchez García La Biblia da inicio a la historia con el pecado original, la traición y el asesinato: Adán, Eva y Caín. No hay tu tía. Deberás cargar con el crimen originario por los siglos de los siglos. Y para reciclar el mito fundacional, justo a medio camino, la crucifixión: otra historia de pecados, crímenes y traiciones. La historia del Occidente judeo cristiano lleva las venas abiertas desde la aurora de sus tiempos.

España se encargaría de que ese lastre existencial e inexorable se reciclara al pie de la letra al pisar las costas del mal llamado Nuevo Mundo. Profundamente lastrada ella misma por el fanatismo religioso de Felipe II y las guerras nacional religiosas que librara en sus últimos siglos – contra judíos y musulmanes – decidió el maldito contubernio de la cruz con la espada. Se hace a la aventura de la conquista en el clímax de sus éxitos cruzados: expulsando a árabes y judíos y librando una de las más feroces conquistas genocidas de la historia: la América virreinal.

No conforme con aplastar toda resistencia y hacer tierra arrasada de las culturas indígenas, algunas de ellas verdaderamente deslumbrantes, como la maya, la azteca y la incaica, tuvo que introyectar en el criollo, ese híbrido procreado por Hernán Cortés con la Malintzin, la mala conciencia del espanto. Es el origen de la cuchillada en las venas del nuevo universo: mercenarios y curas, espadas y cruces, garrote vil y bautismo.

De ese desangramiento jamás interrumpido del criollo latinoamericano nace su conciencia política: Cortés, un personaje de excelso y maravilloso maquiavelismo, el príncipe perfecto del florentino avant la lettre, creó la primera corte de venas abiertas. Todos los altos dignatarios del Nuevo Mundo han sido Edipo Reyes. Todas las sociedades que pusieran en pie, ejércitos de Sísifos idiotas. Todos han cargado la maldición de Malinche, esa esquizofrénica dualidad de ser conquistadores conquistados, bastardos de dos culturas a medias metabolizadas. Siempre prontas al vómito, a la Náusea sartreana. A la revolución y la auto mutilación. Guerreando consigo misma.

A lo largo de todos estos siglos puede rastrearse el suicidio del criollo extranjero mediante el corte de sus venas con cuchillos de obsidiana. O’Higgins fue el bastardo del virrey del Perú, Bolívar el prominente de la mejor familia de la aristocracia realista, San Martín un príncipe frustrado. Fidel Castro, hijo de un gallego llegado a Cuba a defender la Corona y de su cocinera. La bastardía es la esencia de las élites criollas. Y su náusea existencial su más marcada y profunda seña de identidad.

Para rastrear los orígenes de la que Ibsen Martínez llama “la mendaz iracundia” de Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina, y su incombustible producto movilizador de masas irredentas hasta el día de hoy, activa y subyacente en la conciencia de políticos, empresarios, financistas y jornaleros, académicos, maestros y analfabetas latinoamericanos - el llamado antiimperialismo norteamericano, la bomba Molotov de todos nuestros caudillos - basta con leer al padre Las Casas o a cualquiera de los llamados Doce de la Fama, Bernardino de Sahagún y Fray Motolinía al frente de ellos, esa docena de franciscanos llegados a Tenochtitlán detrás de Hernán Cortés para rescatar documentalmente, mnemotécnicamente lo que el fundacional caudillo de América iba devastando con su furia renacentista. Los intelectuales de esas mesnadas que destruían pirámides para construir iglesias y zocos para construir plazas de armas.

Es la fuente nutricia de nuestra miseria y nuestra grandeza, las dos caras de una misma esquizofrénica medalla. Jamás reconciliadas y, posiblemente, jamás reconciliables. Un hiato que hiere nuestra alma bastarda, impidiéndonos el perdón y el olvido, enredándonos en nuestros desafueros, nuestras inconsecuencias, nuestras traiciones cotidianas contra nosotros mismos. Es el chavismo ancestral pronto a reencenderse en cualquier rincón de América. Es el izquierdismo visceral de un continente condenado al fracaso.

Dios nos compadezca.





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