LA REVOLUCIÓN TRAICIONADA


@gteillier @carolinatoha @ominamipascual LA REVOLUCIÓN TRAICIONADA "Cabe por ello imaginarse perfectamente el entusiasmo con que las izquierdas revolucionarias de nuestra región apuestan al avance del Estado Islámico y la amenaza siempre creciente de que se avance se corone con atentados apocalípticos que golpeen el corazón de la civilización y la cultura de Occidente. La eventual adquisición de bombas atómicas en Paquistán no es una simple bravuconada del Estado Islámico. Podría convertirse en una aterradora realidad."


Antonio Sánchez García @sangarccs

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Ha transcurrido medio siglo, tiempo más que suficiente para que lo que se creyó, se pensó, se deseó haya cuajado en unas cuantas certidumbres y, como las ideas sometidas al cribaje del tiempo, el implacable, muestren sus iridiscencias. O su negativa verdad: la falsedad, la mentira, el engaño de la utopía. En efecto, como decían nuestros abuelos: no era oro todo lo que relucía.

Admiré a François Maspero, con quien tuve una breve relación mientras trabajaba en una editorial berlinesa. Era en los tiempos en que bajar a Paris, allegarse a la Place Saint Michel y embriagarse de libros y panfletos en la Joie de Lire, su famosa librería, nos colmaba de felicidad. Pululaba por los callejones y vericuetos de la Rive Gauche, entre el aroma de las salchichas, la carne asada y las promesas culinarias de pequeños restoranes griegos y libaneses toda la tribu de la revolución tercermundista, militantes de verdad y de pacotilla, futuros guerrilleros y más de un terrorista, bebiendo de las fuentes de la emancipación contestataria: Franz Fanon, el Ché Guevara, Mao, le Tiers Monde, Mandel y la IV Internacional, Pierre Broué, Argelia y la lucha contra el colonialismo, España y la lucha contra el franquismo. A unas pocas cuadras se encontraba Ruedo Ibérico, a través de la cual nos conectábamos con la lucha antifranquista. Y por los lados del Odeón muchas otras librerías en donde la cultura, el teatro y la revolución se daban la mano.

Créalo Usted o no, sentados en el Café Saint Michel discutíamos de la pertinencia de la IV Internacional con más de un futuro asesor de Lula, un ministro in pectore de Patricio Aylwin, un desesperado por ir a morirse en las selvas hondureñas, nicaragüenses y guatemaltecas. Alguno me entregó una carta manuscrita a su familia, para despacharla por correo en uno o dos meses haciéndoles creer que todavía estudiaba en La Sorbona. Podría haber muerto entre tanto en las selvas de Chiapas. No sé si Carlos, el Chacal, visitaba La Joie de Lire, pero sabiéndolo en la Rive Gauche, lo más probable es que él y sus amigos venezolanos, árabes o los alemanes de la Baader Meinhoff, con quienes yo mismo asistí a más de un foro en la Mutualité, con Sartre de ponente, se hayan resguardado de una lluvia de verano mirando Notre Dame de Paris desde el Café Saint Michel. Como dijese alguna vez Daniel Cohn Bendit, que recién salido de la adolescencia solía visitarnos en la sede del SDS, la Liga de Estudiantes Socialistas, en la Kurfürstendamm de Berlin: “¡cómo hemos amado la revolución!”

Me vienen estos ramalazos de la memoria mientras me entero de la muerte de François Maspero, que como casi todos los que formábamos parte de esa tribu recibió lo suyo. Después de gozar de un éxito editorial fulgurante - los Diarios del Ché, la Revolución en la Revolución, de Regis Debray, la inolvidable foto del Ché, de Korda, que propagó por el mundo desde Milán su amigo Giangiacomo Feltrinelli -, su empresa quebró, intentó el suicidio y desapareció en las brumas del olvido. Sin el patético y trágico final de Feltrinelli, su amigo y compañero, muerto a los pies de una torre de alta tensión víctima de su amateurismo como aprendiz de terrorista. Compartían ambos sus orígenes burgueses, incluso aristocráticos. Habiendo ambos encontrado el camino a la revolución mediante el extraño expediente de imprimir y editar sus libros propagandísticos. Negocio en el que llegaron a ser muy prósperos.

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No es que la revolución se devore a sus mejores hijos: lo hace después de chuparles hasta la médula de los huesos, exprimirlos como un limón, arrastrarlos por el fango, humillarlos, quebrarlos económica y espiritualmente, asesinarlos o convertirlos en oportunistas rastreros que sin haber mostrado el coraje de denunciar las miserias intrínsecas de los movimientos revolucionarios se acomodaron a los partidos del establecimiento y aún hoy, sin haber renegado de sus falsías, en nuestra región continúan sirviendo a la tiranía en que terminara hundida la revolución cubana y todas sus derivaciones, súbitamente revividas por la infinita estupidez y mediocridad de un soldado venezolano, epitome de la traición, la cobardía y la inescrupulosidad de la revolución traicionada.

¿Cómo comparar el entusiasmo, el idealismo, la generosidad con que nos entregamos a la revolución en esos años trepidantes de los sesenta, ávidos de cultura y conocimientos, con la corrupción, la inescrupulosidad, la ignorancia y la amoralidad de este socialismo del Siglo XXI? ¿Cómo comparar el idealismo suicida del Che Guevara o el ejemplar comportamiento patriótico de Ho Chi Minh con el caudillismo corruptor y el delirante gansterismo político de Hugo Chávez?

Sobran los ejemplos que demuestran la perversión moral y la pérdida de toda ética revolucionaria en los herederos de esos años de gloria. Provoca risa ver los intentos por revivir la saga de Salvador Allende en quien permite el enriquecimiento de su familia usando la fuerza del Poder para imponer su voluntad nepótica. Provoca espanto el intento por parangonar a un militar mediocre, inescrupuloso, mafioso y bárbaro, que a la hora de la verdad corrió a refugiarse en las sotanas, con un hombre que prefirió el suicidio a la humillación.

No es tozudez, como sospechan los bien intencionados. Ni fidelidad a una tradición, como creen otros. Es la persistencia de las peores inclinaciones humanas que usan la política como instrumento de imposición: el rencor, la odiosidad, la envidia, el resentimiento. Perfectamente hereditarios a través de las ideologías. Incluso, como ha quedado brutalmente de manifiesto con el chavismo: la avaricia. Que en el cumplimiento cabal del principio maquiavélico las izquierdas llegan a cualquier medio éticamente censurable para justificar e imponer sus fines. Saqueo de los dineros públicos, compra de lealtades, envilecimiento de las mayorías. No conozco gobierno de derechas que haya saqueado los bienes públicos como lo ha hecho el gobierno de las izquierdas venezolanas. En perfecta sincronía con lo que queda de la revolución cubana, el Foro de Sao Paulo y todas las izquierdas de la región.

¿Algo en común con el espíritu de sacrificio que marcara las luchas anticolonialistas de la segunda mitad del siglo pasado?

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La flagrante incapacidad de los gobiernos revolucionarios por hacer cumplir las utopías que movilizaran a quienes lograron establecerlos no puede ser más evidente. Cuba no se ha sostenido ni un solo día con la productividad generada por su sistema socioeconómico. Ha vivido de la mendicidad disfrazada de subsidios. Pudo sostenerse gracias al financiamiento de la Unión Soviética y hoy sobrevive gracias a la sistemática expoliación que hace de los recursos venezolanos. Hoy a punto de extinción, pues el socialismo chavista ha provocado la devastación sistémica del país, que no sobrevive por el aumento exponencial de la productividad de sus fuerzas productivas, como sugiriese el encantamiento marxista, sino gracias y exclusivamente a la declinante explotación petrolera, con un Producto Interno Bruto en permanente descenso. Sin los recursos petroleros, el socialismo del Siglo XXI sería una macabra caricatura de la Cuba castrista. A la que se acerca a pasos agigantados. Entregado a su suerte, el régimen cubano hubiera implosionado luego del llamado período especial. La insólita disposición de Hugo Chávez a cederle la soberanía de Venezuela y poner todas sus riquezas al servicio del régimen cubano ha permitido la existencia de una ficción. Convertida en realidad gracias al uso que hicieran los Castro de dichos recursos para mantenerse en vida y torcerle el destino político a la región. Es lo que explica la sobrevivencia del trasnochado sistema sociopolítico que se ha hecho con el poder de los más importantes países de la región. Es el funesto papel jugado por los socialismos degradados en que viniera a dar la revolución de los sesenta. Un espectro nostálgico que flota sobre las cabezas de Dilma Rousseff, Cristina Kirchner y Michelle Bachelet. Remedos de peluquería de grandes mujeres revolucionarias, como Rosa Luxemburg o la misma Tania, la guerrillera.

De esa revolución traicionada sólo sobrevive el antiimperialismo: un odio raigal e incandescente contra los Estados Unidos y Europa. Un odio ajeno a Marx, al capitalismo y la globalización, fundado en prejuicios raciales y socioculturales profundamente arraigados en el subconsciente de las culturas que se han alzado contra todos los valores representados por la democracia anglosajona, particularmente la libertad, el racionalismo, el progreso, la prosperidad, la democracia. Es el punto de encuentro y empatía entre la Yihad y el Estado Islámico, todas las dictaduras teocráticas del Medio Oriente y el castrismo latinoamericano, como deja ver la conversión del gobierno chavista en plataforma de expansión e injerencia del islamismo talibán en América Latina. Y el influjo que han llegado a tener sobre gobiernos aparentemente ajenos a sus pulsiones, como el de Cristina Kirchner, en la Argentina. Los iraníes, a su paso, dejaron un reguero de muertos. Los pagan con petróleo y dólares para saciar la voracidad el peronismo.

Cabe por ello imaginarse perfectamente el entusiasmo con que las izquierdas revolucionarias de nuestra región apuestan al avance del Estado Islámico y la amenaza siempre creciente de que se avance se corone con atentados apocalípticos que golpeen el corazón de la civilización y la cultura de Occidente. Una empatía visceral con sus enemigos que los gobiernos estadounidenses parecen no dispuestos a reconocer. La eventual adquisición de bombas atómicas en Paquistán no es una bravuconada del Estado Islámico. Podría convertirse en una aterradora realidad.



















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