THE ECONOMIST, DE LONDRES: UNA MONUMENTAL ESTAFA


@lamzelok @ENVENEZUELA1 UNA ESTAFA MONUMENTAL ¿Sabrán los altos magistrados del TSJ, los de ayer y los de hoy, que son cómplices de “una estafa monumental”? ¿Lo sabrán los generales del Estado Mayor de la Fuerza Armada Nacional? ¿Lo sabrán quienes en un caribeño y tropical oxímoron típicamente revolucionario y bolivariano fueran bautizados con la pomposa e irónica etiqueta de “poder moral”? ¿Lo sabrán las Luisas de tribunales y fiscalías? ¿Lo sabrán diputados, alcaldes y gobernadores chavistas? ¿Lo sabrán los enriquecidos capitostes de esta estafa monumental?
Antonio Sánchez García @sangarccs


Que ésta es la ínclita verdad de esta farsa sangrienta y devastadora, a saber: que se ha tratado de una monumental estafa, no lo digo yo. Lo dice uno de los medios más serios del mundo de la economía de uno de los países más serios del planeta: The Economist, de Londres, capital de la Gran Bretaña. En un artículo fechado el día de ayer, 6 de febrero, llamado The endgame in Venezuela, El final del juego en Venezuela, escribe: “atrás quedaron los días de bonanza petrolera para imponer la llamada “revolución bolivariana”, una mezcla de los subsidios indiscriminados, control de precios y de cambio, programas sociales, expropiaciones y corrupción. El colapso del precio del petróleo ha puesto de manifiesto la revolución como “una estafa monumental”.

Nada nuevo para quienes le vimos el talante estafador, embaucador, criminal y facineroso a Hugo Chávez hoy hace exactamente 24 años y dos días. Asombrados al amanecer del golpe de Estado por el delirio de estafas y la fiebre hamponil y tropical que desató entre gentes que jamás hubieran pensado en convertirse en obsecuentes cómplices de una monumental estafa a la Nación: editores, banqueros, financistas, empresarios, filósofos, catedráticos, jueces, historiadores, periodistas, escritores, artistas, actores y un pandemónium de auto mutiladores encabezados por un ya veterano ex presidente de la República ansioso por volver a calentar el sillón de Miraflores. El hambre con las ganas de comer. Que la estafa requería de un barniz de legitimidad iniciática y una plataforma de lanzamiento, para lo cual el llamado chiripero sirvió o con aterradora ingenuidad o con maldad exquisita. Pues, en efecto, ¿qué hacían los comandantes golpistas ocupando altos cargos en el gobierno de Rafael Caldera, sino lavarse las manos de sangre inocente para ungir en la presidencia a quien, por obtenerla y eternizarse en ella, fue capaz hasta de regalarle Venezuela a los tiranos cubanos? Tú, sólo tú fuiste el culpable, cuentan que le decía su perturbada esposa a quien ya esperaba la muerte en una silla de ruedas.

Son verdades quemantes y extremadamente dolorosas, que debemos recibir precisamente a horas de cumplirse los 24 años del golpe de estado del 4F como bofetadas en el rostro desde la que fuera llamada la pérfida Albión. Pues Venezuela casi entera se ha refocilado durante largos, interminables y pesadillescos 17 años en el pantanal de la estafa. No sólo aquellos que se conformaban con una presa de pollo: también aquellos que con un cupo CADIVI se sentían reconfortados.
Es cierto que tras diecisiete años comienza Venezuela a despertar de la pesadilla, pero para ello fue necesario que la estafa dejara de rendirles beneficios a unos y otros, que el inevitable amanecer luego de la farsa hamponil terminaría por demostrar lo que muchos hemos intentado vanamente explicar exactamente lo mismo que hoy nos enrostra The Economist: que ésta era una estafa y que el precio a pagar por mancharnos las manos con sus crímenes y delitos podría incluso culminar en la desaparición de la República.

La conclusión a la que llega The Economist provoca estremecimientos, pero es inevitable. Pues los estafadores continúan al mando, sus cómplices siguen en posesión de las armas, las togas y los birretes. La debacle total y el hundimiento en la nada sólo pueden ser evitadas mediante una transición negociada. En otras palabras: a tragar grueso o, como diría el inolvidable y menospreciado Rómulo Betancourt: a tragarse un burro. Ese burro tiene nombre y apellidos. Con él y sus secuaces habrá que negociar, que la estaba percoló todos los estratos y la complicidad con la estafa encuentra simpatizantes incluso entre los grandes poderes políticos y religiosos del planeta.

No será la primera ni la última vez que haya que doblar la cerviz en aras de un incierto futuro de paz y esperanzas. No impedirá que muchos nos quedemos marcados para siempre con la herida sangrante de una monumental estafa.

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