MARXISMO, INCERTIDUMBRES Y CERTEZAS


@andrespastrana_ @tutoquiroga @asdrubalagiar MARXISMO, CERTEZAS E INCERTIDUMBRES “El marxismo no duerme. No ha sido exterminado. Vegeta desde la caída del Muro y la debacle de la Unión Soviética pronto a su viral reactivación, incluso con el respaldo del Departamento de Estado y el Vaticano. Sólo tú, estupidez, eres eterna”.

Antonio Sánchez García @sangarccs

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“Lo político es la relación amigo-enemigo”
Carl Schmitt, El concepto de lo Político, 1922

Se equivoca quien crea que Raúl Castro, Nicolás Maduro, Cilia Flores y la docena de los más apegados beneficiarios de esta satrapía, jefes de las pandillas que controlan los despojos del Estado venezolano que sobrevive – Diosdado Cabello, Tarek El Aissami, Jorge y Delcy Rodríguez, Freddy Bernal, Aristóbulo Istúriz, los familiares y esbirros de Hugo Chávez, los diplomáticos, funcionarios y generales del Estado Mayor que les acompañan y los secuaces que les siguen – están dispuestos a dejar el Poder y cree sinceramente que les llegó su hora y bien harían en apartarse y buscar otras perspectivas para su sobrevivencia, si sobreviven. Siguen no sólo las órdenes perentorias dictadas desde La Habana de resistir todos los embates en el más puro estilo castrista, sino que, entre la espada y la pared, no tienen otra salida que inmolarse o apostar al cambio milagroso y providencial que podría salvarlos en los minutos del descuento. Una guerra que ponga en peligro el frágil equilibrio mundial, eleve súbitamente los precios del petróleo o un terremoto que devaste Venezuela poniéndole punto final a la obra de demolición que comenzaran hace diecisiete años. Son como hambrientos y desesperados mastines asediados por el hambre: no soltarán el hueso. Son, en el más estricto sentido del término: numantinos. Morirán aferrados al Poder. Con las botas puestas. Al firmar en 1995 el pacto con el diablo castrocomunista, se entregaron espiritual, existencialmente a esa religión que aspira a hacer tabula rasa de lo que es y crear el reino de la utopía de lo que es imposible. Cayeron en la gran celada que ha desquiciado a los pueblos desde que naciera Karl Marx, el Moisés alemán del mesiánico Apocalipsis. Son los ujieres de la Gran Mascarada. No tienen otra alternativa que el Poder o la Nada.

El grave problema para todos ellos es que Venezuela no es una isla, la dictadura no logró afianzar un régimen totalitario, por más esfuerzos que ha hecho por lograrlo, ni pudo exterminar, encarcelar o desterrar al pueblo democrático. El padre de la criatura sucumbió a los presagios – “morirás antes de los sesenta años luego de una espantosa enfermedad”, le pronosticó con treinta años de anticipación una vidente, hermana de su amante la historiadora Herma Marksman, que solía leerle las cartas mucho antes de que alcanzara el Poder, que ella también presagiara lo obtendría sin mayores dificultades – lo que derrumbó todo el frágil edificio que intentara construir. Junto con su muerte se derrumbaron los precios del petróleo y comenzó la decadencia y caída del socialismo del Siglo XXI, que había echado pie en Brasil y en Argentina, adelantando el proceso de reconquista en Ecuador, en Bolivia, en Chile, en donde aún se resiste a dejar el escenario. Iniciándose así la debacle del Foro de Sao Paulo y su influencia de dos décadas en la región.

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Pero aún así: ni los Castro han renunciado ni renunciarán a su proyecto de implantar el comunismo en América Latina, ni los castrocomunistas venezolanos renunciarán al Poder de buen grado, adecuándose a las circunstancias impuestas por los cambios históricos y las reglas del juego democrático. No son demócratas, nunca lo fueron y jamás lo serán. Es la primera de nuestras certidumbres, así no falten en las filas opositoras quienes, parientes políticos e ideológicos lejanos o cercanos, crean sinceramente que sí lo son. La razón es elemental, así sea absolutamente incomprensible para quien no haya comulgado con la iglesia marxista leninista, en cualquiera de sus vertientes: - estalinista, maoísta, trotskista, guevarista, castrista - que creyera que lo que es debía dejar de ser para implantar la utopía comunista sobre la tierra.

La incomunicación entre los verdaderos demócratas y los “revolucionarios” en el Poder es absoluta y total. De allí la inutilidad del diálogo, así lo incentive Su Santidad el papa Francisco y todas las almas puras y castas de todas las religiones humanas. La palabra Poder significa una cosa para un comunista, y otra absolutamente contrapuesta para un liberal. Para el comunista el Poder es Total, o no lo es. Para el liberal es provisorio, temporal y alternativo. Como también lo son todas las palabras de nuestros contrapuestos lenguajes: libertad, democracia, derechos humanos, propiedad privada, libertad de prensa y de opinión, individuo, Estado. Lo digo desde el fondo de mi larga vivencia como militante marxista, una religión más total, absoluta y absorbente que cualquier otra creencia, religión o filosofía. Y que al abandonarla me sumió en el más absoluto desconcierto y en la más dolorosa orfandad. ¿En qué creer cuando se dejó de creer en el ilusorio reino de la utopía? Dejar el marxismo supone un desgarramiento tan existencial como colgar una sotana. Sólo la creencia en la libertad puede hacerle contrapeso al ilusionismo marxista. Pero puesto que ella es como el aire, la disfrutamos sin tener conciencia de ella, para valorarla en toda su grandeza sólo cuando la perdemos. Entonces ya es demasiado tarde.

No comprender esa diferencia ontológica, metafísica, existencial nos ha conducido a cometer y reafirmar nuestros peores errores. Nos ha impedido enfrentar el mal de raíz, frontal, consecuentemente y desde sus mismos comienzos. Arrastrándonos a la complicidad, el compadrazgo y la alcahuetería. Otra de mis experiencias vitales vividas desde los tiempos de la Coordinadora Democrática. Inolvidable la foto de portada de un periódico opositor, transcurridos ya siete años del gobierno chavista, en que Teodoro Petkoff, Julio Borges y Manuel Rosales declaraban en Chile, antes de reunirse con la socialista Michel Bachelet – criada en la Alemania comunista - : “Chávez es un demócrata”. Ya entonces no lo era. Murió sin serlo.

Fue el más importante pensador alemán, durante unos años coronado como el príncipe de los juristas nazis, Carl Schmitt, quien lo asentó de una vez y para siempre en una breve obra de filosofía política llamada EL CONCEPTO DE LO POLÍTICO, que debiera ser libro de cabecera de nuestro liderazgo: “lo político es la relación amigo-enemigo”. En efecto, para los comunistas, los demócratas somos sus mortales enemigos. Como ellos debieran serlo para nosotros. Como diría Hegel: no es una ocurrencia. Es asunto de la cosa misma.

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Hannah Arendt, esa extraordinaria pensadora judío alemana fiel al imperativo moral de la razón, lo que la llevó a ser incomprendida por su propia comunidad, sostuvo una verdad incorruptible en una de sus obras más importantes, Los orígenes del totalitarismo: no es posible convivir con el totalitarismo. Yo agregaría, que tampoco es posible dialogar con el totalitarismo. No existe entre demócratas y totalitarios un suelo común. A no ser el del engañoso entendimiento en función de proyectos absolutamente contrapuestos. O el de separar aguas sin ninguna otro pretensión que prevenir una carnicería que los sacaría del juego.

Ello explica la absurda situación que hoy vivimos: por lo menos un 85% de los venezolanos exige la salida del Maduro, el desalojo del gobierno y el fin del régimen. Sin hacer mella en quienes no sólo se niegan a obedecer ese clamor mayoritario, sino que insisten en aferrarse al Poder jurando que podrán revertir en cualquier momento la situación desesperada en que nos encontramos. No es sólo por los crímenes e iniquidades cometidas, las muertes que cargan a sus espaldas, el pavoroso saqueo de las arcas públicas y la absoluta certeza de que, de dejar el Poder y tener que responder ante la justicia, los espera la cárcel, muy posiblemente a perpetuidad. Debiendo devolver lo saqueado y responder por los innumerables crímenes cometidos contra los derechos humanos.

Ello es así porque desde esa visión esquizofrénica y maniquea que les ha provisto el castrismo, creen que ya están en la tierra prometida, pasaron al más allá de la utopía socialista y controlan y controlarán el tiempo de aquí a la eternidad. Como sus mandatarios cubanos. Es lo que nos lleva a temer por el llamado acuerdo de paz entre la democracia colombiana y las guerrillas castrocomunistas de las FARC. Se equivoca Ibsen Martínez cuando sostiene en su columna semanal de El País, de España, que los venezolanos nos desinteresamos por lo que sucede en Colombia. Y se equivocan quienes creen sinceramente en los propósitos pacíficos y democráticos de las FARC. Entre ellos muchos burgueses bien pensantes, como el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa. Lo que se verifica en Colombia es una gigantesca y ambiciosa operación tenaza de asalto a la institucionalidad liberal que les ha sido abierta por Juan Manuel Santos. Ella inicia la marcha del marxismo totalitario, fracasadas las guerrillas y llevadas por Álvaro Uribe a su virtual extinción, ahora por la vía pacífica, electoral, constituyente. El proyecto bolivariano fracasado en nuestro país, en Argentina, en Brasil y pronto a dejar el poder en Ecuador, en Bolivia, en Chile. Tampoco es casual el protagonismo cubano: es la estrategia que asumiera el castrocomunismo desde el Golpe de Estado del teniente coronel Hugo Chávez en 1992, que fundiera las tradiciones independentistas con la ideología marxista. La llamada vía constituyente del Socialismo del Siglo XXI. Colombia vivirá, en una versión aún más dramática, la tragedia venezolana. La misma que quisieran implantar en España Pablo Iglesias, su partido PODEMOS y la llamada Izquierda Unida. Que ya tienen contra las cuerdas al PSOE y han iniciado el asalto al bastión del Partido Popular.

El marxismo no duerme. No ha sido exterminado. Vegeta desde la caída del Muro y la debacle de la Unión Soviética pronto a su viral reactivación, incluso con el respaldo del Departamento de Estado y el Vaticano. Sólo tú, estupidez, eres eterna.



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